miércoles, 11 de noviembre de 2020

MEMORIAS DE UN MÉDICO RURAL V (Escritas por Antonio Blanco)

 

CAPITULO 5.  LOS COMPAÑEROS.

 Dijo William Shakespeare: "Guarda a tu amigo bajo la llave de tu propia vida"

Juan Carlos, Antonio y Harpo
        Emoción

Por desgracia, mi compañero en Navalosa Juan Carlos, falleció en el año 2000, víctima de un puñetero cáncer.  Cada cumpleaños le recuerdo porque había nacido un día antes que yo.

A Rosa, su viuda, no le quedó más remedio que echarle valor a la vida y sacar adelante a sus seis hijos.

 

 

  Hay cosas que nos hieren los recuerdos y otras que, aunque quieras no se olvidan.  Con su marido en la memoria y el recuerdo de unos hijos que disfrutaron poco del padre, para mí ha sido gratificante saber que Marta, Esther, Juan, Miguel, Lucía, y Ana son universitarios bien situados. Han sabido agradecer los esfuerzos de su madre y hasta la han hecho abuela.

Dicen que con el tiempo nos cambia el físico, pero no la voz.  Cuando esta semana pasada, al descolgar el teléfono oí la voz de mi compañero Javier, tanto tiempo después, la identifiqué inmediatamente como aquella con acento madrileño que nos criticaba al resto por estar demasiado enganchados al pueblo, o me comunicaba mi nuevo destino en Vitigudino. Había tenido conocimiento de este blog y estaba dispuesto a colaborar en el encuentro de la niña de Cepeda. Estuvimos más de una hora hablando y aun hubiésemos seguido de no ser por las obligaciones familiares de cada uno. 

Sin más preámbulos paso a desarrollar el capítulo como lo tenía concebido.


Compañeros.

Para no ser desconsiderado con aquellos que favorecieron mi labor como médico entre vosotros, tengo que reconocer que no solo me levantabais a mí por la noche, sino también a José Miguel, que se encargaba de la farmacia de Hoyocasero.

También José, marido de Celia y médico de Navalacruz, que por motivos familiares pasaba muchas tardes en el pueblo, tuvo que resolver algún que otro caso urgente.   

Mis compañeros médicos de los pueblos cercanos eran: Juan Carlos Asensio, vallisoletano y médico de Navalosa. Excelente profesional y mejor persona.   Su esposa Rosa, abandonó por amor, una cotizada plaza de enfermería en Valladolid para estar con su marido. Por proximidad, pasaba muchas tardes con ellos y con Carmen, la nueva farmacéutica a quién en ocasiones visitaba su novio Alejandro. Un día Carmen les regaló un jovencísimo mastín negro al que llamaron “Harpo”, hijo de su “Aza” que abultaba más que ella.

Aprovechaba las tardes primaverales, para ir haciendo footing hasta Navalosa. Aunque en realidad, solo corría cuando pasaban los coches, en plan exhibicionista, el resto lo hacía andando y siempre bajo la atenta mirada de mi perrita que se apartaba de la carretera en cuanto oía algún vehículo. Los kilos que perdía en el camino, los ganaba con los buenos embutidos de su despensa. 


Marta
su primera hija nació en julio de 1985 y a ella siguieron cinco hijos más.  Todos aceptaron con gran resignación cristiana, la muerte temprana en el año 2000 de mi buen compañero Juan Carlos.

En S. Martín del Pimpollar ejercía Rocío Diez, madrileña aunque con raíces familiares en León.  era la más joven de todos. Vivía a la entrada del pueblo en la casa del médico acompañada de su perrita “Pelines”. Era una mujer independiente y cercana con los compañeros. Con un buen ojo clínico. Tener que acceder a Hoyos de Miguel Muñoz (el pueblo más alto de Castilla y León) por un camino nevado e intransitable, la convirtió en una experta conductora en nieve.  Lo hacía en su flamante Scort Rojo y a velocidades que ninguno de los demás éramos capaces de seguir. 

Su valor quedó demostrado cuando tuvo que detener la consulta en Hoyos de Miguel Muñoz como consecuencia del dolor provocado por un cólico nefrítico. Entre paciente y paciente se inyectó un nolotil intravenoso que le permitió acabar la consulta. Nunca se dio de baja laboral

Aunque ella  siempre lo negaba, su atractivo no pasaba desapercibido. Hasta el punto de ser advertida por una paciente en la consulta que le dijo: “tenga Vd. Cuidado con mi hijo, que es muy torero”. No sé qué pasaría por la cabeza de Rocío que todos los fines de semana se hacía más de 1000 km hasta Granada para ver a su novio, cuando no lo hacía él en sentido inverso.

Mantenía buena relación con los jóvenes, Alicia, Rebeca. El Pibe, etc. Participaba en las clases de sevillanas y judo que impartía Pablo el cura y siempre será recordada en S. Martín como un excelente profesional. 

   Javier Estirado médico de Cepeda de la Mora, casado y con 2 hijos, era quien mejor conocía la zona, llevaba trabajando en Cepeda desde 1978, mientras su mujer Paloma, también médica, lo hacía en Ávila. Por su condición de casado y con dos hijos era el menos partidario de vivir en la zona e iba y venía a Ávila todos los días.

Aunque Javier disponía de casa en Cepeda de la Mora, solo la habitaba durante las guardias, o en ocasiones aisladas como cuando junto a Foud se vieron obligados a permanecer en ella debido a una gran nevada. En señal de agradecimiento, este último   intentó enseñarle árabe en pocas lecciones.  Imagino que algo se le quedaría. 

De la intensidad de esas nevadas fue testigo Rocio. La llamaron para ir a hacer un aviso a las 4 de la mañana en Cepeda. Debido a la fuerte ventisca, dio la vuelta a toda la zona desde S. Martín, y cuando se quiso dar cuenta estaba de nuevo en S. Martín. Con el depósito vacío y Sin percatarse de haber visto ninguna localidad.

 En S. Martin de la Vega de forma interina ejerció primero Maria José, atractiva y muy ennoviada, inconfundible, siempre vestía peto vaquero y después Foud , libanés  pelirrojo. Se hizo llamar Juan para facilitarle el nombre a los pacientes, que cada vez le llamaban de una forma distinta, porque no estaban acostumbrados a esos nombres tan raros. Simpático y siempre de buen humor.  Siento su muerte reciente.

 Nos reuníamos un día por semana, alternando las visitas en cada pueblo. El anfitrión estaba obligado a ofrecer una buena merienda-cena.  Comentábamos los casos clínicos más raros, Javier nos ponía al día de lo que se cocía en Ávila. De esas reuniones mantengo un vivo recuerdo la que tuvimos en mi casa a finales de abril de 1984. Tenía un fuerte catarro, les consulté a todos uno por uno el tratamiento. Hubo divergencias. Ninguno coincidía con el anterior.

 Se cumplió aquello de: “un médico cura, dos matan y tres, muerte segura”. Recuerdo que al final de la reunión tenía la casa llena de humo, ya que tanto Juan Carlos como Rocío eran fumadores empedernidos. Aquello no mejoraba, y al final seguí los consejos de tío Quico: vahos de higo.

Terminé ingresado en el Hospital Clínico de Salamanca con neumonía bilateral. ¡y eso que parecía que no era nada la cosa!


 La secuela más importante de mi baja laboral fue que durante ese periodo, Seni se dio a la aventura y se quedó preñada, con el consiguiente disgusto familiar.

 En otra reunión recibimos la noticia de que había sido publicada en el BOE la anulación de nuestra oposición y por tanto anulados los nombramientos y todo lo demás.

 Fue una buena movida nacional, imposible de aplicar, donde el más beneficiado, al menos económicamente fue nuestro abogado, Enrique Rivero, padre del actual Rector de la Universidad de Salamanca.

En resumen, además de contar anécdotas y casos clínicos, conspirábamos, cotilleábamos y asesorábamos a Rocío en su vida sentimental, aunque era una mujer que necesitaba pocos asesoramientos. 

Si algo teníamos en común los cuatro, era nuestro carácter beligerante y reivindicativo, pero eso es de otro capítulo.


Cuando había discrepancias entre nosotros, la reunión era en Venta Rasquilla y allí al calor de una buena chimenea, degustábamos las auténticas truchas del rio Alberche, y llegábamos a un acuerdo.  Los mellizos Carlos y Antonio defendían el negocio familiar heredado, junto a sus esposas. Con ellos, la incondicional Mari que entraba y salía del comedor a la velocidad del rayo y el simpático Bartolo despachando en la barra el auténtico café de puchero.


Aquí, el punto de encuentro...



Curanderos.

Teníamos todos gran curiosidad por conocer las técnicas empleadas por los curanderos de la zona, pues muchos de nuestros pacientes acudían a ellos, aunque no nos lo dijeran. En muchos casos realizaban una labor  compasiva en pacientes desahuciados por la medicina tradicional.

 De los que recuerde, uno en Sevilleja de la Jara al que los hijos de Longinos llevaron y puedo dar fe que le curó un cáncer de labio mediante un emplasto.

En Arenas de S. Pedro, ejercía una curandera que al parecer transmitiá una especie de electricidad cuando ponía las manos sobre el paciente. Eso me contaron las hijas de Sabina, aquejada de un tumor cerebral. Al menos en ella no hubo ningún beneficio.

También en Arenas, practicaba un curandero en la trastienda de un bar. Un día Rocío con la intención de descubrir nuevas técnicas, acompañó al Pibe de S. Martín del Pimpollar, quien había sufrido un esguince de tobillo durante la trashumancia.  Tras unos toqueteos y sacarle los cuartos, le dijo que aquello no iba a curar si no acudía a un traumatólogo.

 

Formación

Con toda seguridad al nieto de Unamuno en más de una ocasión se le vendría a la cabeza la frase de su abuelo: "Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento"

 Aunque éramos jóvenes y nuestro trabajo era más bien escaso, nunca perdimos nuestros deseos de formación.  No siempre fuimos admitidos en los cursos desarrollados en Ávila, ya que la Administración recompensaba a los profesionales integrados en los recién creados centros de salud y nosotros no lo estábamos por meros motivos geográficos.

Cada uno de nosotros, además de llevar el maletín y las cadenas del coche, llevábamos una pala de albañil en el maletero que de algún apuro nos sacó en nevadas intensas cuando regresábamos de un curso en Ávila.   

Con todo lo anterior, es de valorar lo siguiente:  A finales de febrero de 1985, contacté con el Dr. Pablo de Unamuno, quien después fuera catedrático de dermatología de la Universidad de Salamanca. Se ofreció a acudir a la sierra para resolver nuestras dudas. Le acompañaron el Dr. Velasco y otros tres miembros de su equipo en Salamanca.

Lo hicieron al terminar su jornada laboral y en un día que amenazaba nieve.  

Mucho te tiene que gustar tu especialidad, para ir a resolver a aquellos cinco médicos abandonados por la Administración, en plena Sierra de Gredos, sus lagunas dermatológicas.  En un día como aquel, impredecible en lo meteorológico.

   Desde entonces mantengo buena amistad con él y esta fue la primera sesión de muchas, que de forma periódica tuvimos el privilegio de compartir en Vitigudino. Siempre lo hizo de forma altruista. Una vez finalizada su jornada laboral, emprendía los 70 km de distancia. Los pocos o muchos conocimientos que podamos tener en dermatología, quienes coincidimos allí, se los debemos a Pablo. Y ya veis, todo como consecuencia de esa primera reunión en el hostal Almanzor de Navaredonda. Un día frio del mes de febrero de 1985, en el que lo que más apetecía era estar al brasero en el propio domicilio.

Además de ser un convencido defensor de la Sanidad Pública, sin duda Pablo de Unamuno ha sido el especialista hospitalario que yo conozca, que más esfuerzos ha realizado por acercar el hospital al medio rural.  

Continuará….

 

1 comentario:

  1. Hola Antonio soy Pili del museo encanta hoy de estar con vosotros ,y este escrito me encanta un saludo

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