miércoles, 23 de septiembre de 2020

MEMORIAS DE UN MÉDICO RURAL

 Después de una ausencia prolongada, retomamos la actividad en nuestro Blog. Cuando empezamos a escribir, nuestra idea principal era poner de manifiesto las actividades del Grupo de Danzas, pero a medida que fuimos escribiendo descubrimos que nuestros vecinos tienen mucho que contar. Como somos conscientes de que no hay nada mejor que conocer de donde venimos para valorar lo que tenemos, siempre procuramos contar las historias y reflejar los maravillosos recuerdos de nuestros vecinos.

Gabriel García Márquez dijo: "La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarla".

Y con esa frase tan emblemática del premio nobel de literatura, arranca una serie de entradas donde muchos reactivaremos  nuestros recuerdos, porque a pesar de su humildad como literato, sus relatos son testimonios de vida para muchos de nosotros, además de sus palabras tenemos sus imágenes que también ha compartido con todos nosotros.

Además como de bien nacido es ser agradecido, tenemos que dar las gracias a Raquel y D. Marti, porque gracias a ellos hemos contactado con nuestro relator.

Si pulsáis el enlace que os dejamos, seguro que a muchos se les refrescará la memoria al ver a la compañera inseparable del "médico". Seni la compañera inseparable

EXPERIENCIAS DE UN MÉDICO RURAL.

 MI LLEGADA A HOYOCASERO. 4 DE ENERO DE 1984.

Ante todo deseo pedir disculpas y sepa perdonarme el lector más exigente. Cuando uno se pone a escribir, se da cuenta de porqué existen tantos lectores y tan pocos escritores.   Cada uno está preparado para lo que ha estudiado y reconozco que a mi Dios no me llamó por el terreno de la literatura.  Hecha esta salvedad,  espero transmitir de todo corazón mi experiencia como médico  en Hoyocasero,  desde el día 4 de enero de 1984 hasta el 10 de octubre de 1988.

Nací, crecí y estudié medicina  en Salamanca. Ciudad en la que resido y trabajo  en la actualidad. Felizmente casado con una tordesillana y con dos hijos que también han optado por la rama sanitaria, aunque aún son estudiantes.

Con 27 años recién cumplidos, y tras aprobar la oposición al cuerpo de Médicos Titulares, elegí vuestro pueblo como destino para iniciar mi carrera profesional. Ilusionado y temeroso  ante lo desconocido. Hasta entonces había ejercido como  médico de urgencias, ayudante de traumatología y sustituciones en diversos pueblos de Salamanca. Además como todos los compañeros rurales de la época, asumí las funciones de ATS y en ocasiones las de forense, obstetra, matrono y hasta veterinario entre otras.

 En una época sin internet, solo tenía conocimiento de Hoyocasero por el mapa y confieso que casi elijo Navalosa porque me parecía un nombre más bonito.

 Tenía que causar buena impresión a unos habitantes desconocidos para mí y que pondrían a prueba mi pericia profesional en los primeros días.

 El 4 de Enero de 1984, a bordo de mi flamante R5 blanco, a primera hora de la tarde acompañado de mi jubilado y ya  ex ferroviario  padre, pusimos rumbo desde Salamanca a Hoyocasero.  Cargados hasta los topes por dentro y por fuera cual si fuésemos marroquíes cruzando el estrecho.  Llegamos  por fin a un  pueblo cuya carretera se me hacía interminable a través de sus curvas.

Tío Goyo

Caía la tarde del gélido día, cuando a la altura de la fuente “el chorrillo”, dimos  con el primer vecino del pueblo. Era   tio Goyo, como caracol  andante con la casa a cuestas. La cantidad de leña que portaba sobre su espalda era muy similar a la que transportaba el burrito que le seguía. 

Paré el coche. ¡Buenas tardes!, soy el nuevo médico, ¿Sabría decirme donde está el consultorio local? .La pregunta le sirvió de excusa para descargar la pesada carga sobre el asfalto  y explicarme  donde quedaba el mismo. Aprovechó para explicarme toda su patología, algo que saltaba a la vista, pues su deformidad era la evidencia de su rudo quehacer diario. Le pregunté si en el pueblo se sabía algo del nuevo médico que en breve llegaría y me reconoció que salvo que era joven y de Salamanca, nada más. El inicio de una fina y  heladora lluvia limitó el encuentro. Lo recuerdo porque fue algo que  tío Goyo  me recordaba a menudo como mérito.

Meses después su mujer falleció de forma espontánea mientras dormía. Tio Goyo tocó con fuerza el timbre de mi casa y casi no podía hablar ante la incredulidad de la que creía muerte de su esposa. Os prometo que el llanto desconsolado del viudo, desde mi consultorio hasta su humilde hogar en una fría noche a las 3 de la mañana, nunca lo olvidaré. Entre Felisa, la propietaria de la Fonda y yo amortajamos a la difunta. Después en mi cama reflexioné sobre la soledad de las personas mayores en el medio rural y más en una situación como la que acababa de vivir. Me preguntaba qué pasaría por la cabeza de  Goyo, él solo ante el cadáver de su mujer hasta que llegara la funeraria. En definitiva la muerte en soledad.

Iltrudes

 Las segundas personas con quienes contactamos fueron el matrimonio  formado por Iltrudes  y  Angel “el Sastre”. Un matrimonio jubilado, sin hijos, que había  regresado de Venezuela a disfrutar de la paz del pueblo. Su domicilio era el más próximo al mío.  La tarde no invitaba a estar a la intemperie. Nos dieron protección  del aguanieve que cada vez caía con más intensidad. Según Ángel, señalando las montañas, cuando el viento  soplaba del norte, al día siguiente nevaba. Y efectivamente no se equivocó. 

 “Faíco” el alguacil  había sido informado de nuestra presencia y acudió presuroso a entregarnos las llaves de mi nueva vivienda y consultorio.  Era  un  hombre enjuto,  a quien como cualquier alguacil, el Ayuntamiento empleaba  para todo y conocía el pueblo y sus gentes mejor que el propio alcalde.

Nos mostró la nueva casa. Enseguida me percaté que había sido diseñada para un médico con tres o cuatro hijos y no un soltero como era  yo. Desde el principio hice la vida en la planta baja y únicamente subía a la primera para bañarme. Había que ser un valiente en aquella casa tan fría, para bañarse en invierno. No era mi diseño preferido, pero la gratuidad de la misma y la facilidad para acceder al consultorio hicieron todo lo demás para  aceptarla sin poner ninguna objeción.

Mientras despedía a Faíco, apareció en la puerta del consultorio Ignacia con la mano ensangrentada. Se le fue el cuchillo mientras partía jamón. En la frialdad del consultorio no quedó más remedio: Sutura y cura local. A los pocos días la cité para revisión de la herida y se  presentó con una bolsa llena de patatas de su propia cosecha.

Comentada la anécdota de la urgencia, sin apenas haber aterrizado, con mis compañeros de zona, todos coincidieron en que pronto comprobaría que erais humildes pero agradecidos y con ganas de compartir lo vuestro. Siempre di fe  de vuestra generosidad.

Antonio y Seni en el verano de 1984
Ángel se percató desde su ventana de lo atareados que estábamos padre e hijo en el desembalaje de los enseres y nos invitó  a cenar.  Aceptamos de buen grado y casi por necesidad la invitación.

Durante la cena además de sus vidas, nos contaron su visión del pueblo. Desde ese día los consideré  pacientes, vecinos, consejeros  y amigos.  

Más que la cena,  siempre recordaré con agrado el efecto humanitario que posee una buena estufa de leña, sobre unos  inexpertos en el clima de Gredos como éramos mi padre y yo.

 No engaño a nadie si digo que pasamos bastante frio esa primera noche, a pesar de las excelentes mantas portuguesas que llevé.



 Continuará….