lunes, 26 de octubre de 2020

MEMORIAS DE UN MÉDICO RURAL III (escritas por Antonio Blanco)

Hay momentos en la vida que son especiales por sí solos. Compartirlos con las personas que aprecias, los convierte en momentos inolvidables. ¡Gracias por permitirnos compartirlos!.

 CAPITULO 3.

Patologías

La gran mayoría de mis pacientes eran de la tercera edad, con los achaques propios de la misma, procesos cardiovasculares, reumáticos, artrosis, infecciosos, tumores.

Algunos/as con más capas de ropa que una cebolla, tardaban más tiempo en desvestirse y volverse a vestir que en ser explorados. Durante el verano con la visita de los de Madrid y País Vasco la consulta era más variopinta.

Anécdotas:


Tía Mercedes y el Marketing comercial 

Tía Mercedes con su marido y sus cinco hijos

 En las calurosas tardes de verano la veía desde mi balcón afanarse en el cuidado de su pequeño huerto. Rolliza y sonriente, siempre iba vestida de negro y con sombrero de paja.

Una de esas tardes, estando acompañado de mi madre, alguien tocó el timbre de la casa. Fue mi madre la que abrió, porque yo me estaba desperezando de la siesta. Por el tono de voz comprendí que era tía Mercedes. En la conversación mantenida entre las dos, le oí a mi madre que decía: ¡no se tenía que haber molestado usted, después de todo es su obligación! . Intuí que hablaban de mí y cuando me incorporé a la conversación, observé que mi madre ya tenía en sus manos una caja de fresas.

Tía Mercedes seguía haciéndome piropos: ¡Que si a ella le había acertado de pleno en sus achaques! ¡Que si me merecía algo más...!, en fin, las consabidas frases de agradecimiento.

Dimos por finalizada la conversación y cuando ya se iba, bajó el escalón exterior, se giró de nuevo y nos dijo: ¡bueno, por ser ustedes se las dejo en 400 pesetas! Nos quedamos enmudecidos y sin saber que decir. Aún siendo caras, no nos quedó más remedio que aceptar la mercancía. Por cierto, de calidad suprema.

Curiosamente esta compra, la he recordado a lo largo de mi vida más que muchos regalos.

Tía Mercedes debería venir en el manual de las mejores técnicas de venta.  

 

 Felipe González, poco asiduo a mi consulta, cuando al auscultarle por detrás le dije: “Coja aire”, el buen hombre hacia el puño con ambas manos de forma repetida en su intención de coger aire.


Joaquín.
Él decía que iba con el siglo, pues había nacido en 1900. Trabajó en el carbón y le pagaban 6 pesetas diarias. Con 86 años, iba al monte la mayoría de los días. Su esposa Paulina, le proporcionaba unos cuidados celestiales. Su vecina Emilia, había enviudado hacía pocos años, pero a pesar de la tristeza por la muerte del que tanto tiempo fue su marido, tenía un espíritu positivo, reivindicativo y siempre estaba de buen humor. No se cortaba y si había que cantar se apuntaba la primera.

 Vídeo de tía Emilia, tío Joaquín y tía Esperanza


 

Tío Esteban y compañía

A Esteban de 82 años, era fácil verle siempre alrededor del pueblo en los parajes más recónditos y siempre solo. Era poco frecuentador de mi consulta. Cuando le hice la historia clínica recuerdo que le pregunté que si era alérgico a algo y me contestó: “Que sepa, no soy angélico a nada”.

 

Cuando oí cantar la segadora a tío Vitorio, pensé que estaba afectado de un gran dolor bucal, no era así y enseguida comprendí que era cierta su gran capacidad pulmonar, hasta el punto de, que como presumía, sus cantos se oían desde el Pinar. Para los que lean esto y no sean del pueblo, sepan la transcendencia histórica mundial que tuvo este Pinar. Según consta en el Archivo Histórico de Simancas, de él se obtuvieron los mástiles de las naves de Colón.

Tío Vitorio

 

En el siguiente enlace os ponemos una versión reducida de la segadora, la versión completa subtitulada por Antonio la vamos a guardar para una ocasión más folclórica.  

Aunque no supieran de términos médicos, reconozco que me daban papas con onda, en otros temas, por la experiencia adquirida con los años. 

Tío Martinillo


Tenían una salud de hierro como la tenía Martín el juez de paz o Venancio el carnicero. Los veía pasar una y otra vez por la puerta de la consulta, pero no recuerdo haberles visto en ella.



(A tío Venancio no le hacían falta anuncios para promocionar su negocio)



Bueno tendría para seguir durante un buen rato pues los recuerdos de uno me despiertan los de un compañero, esposa, hijo, etc.

Al disponer de bastante tiempo realizaba cirugía menor, quistes cutáneos, panadizos, curas de heridas. Y no solo en personas. Hay que entender que para gente que vive del ganado, el cuidado del mismo, es vital para su economía doméstica y por tanto para su salud. Aún recuerdo las curas que mi vecino Vale y yo realizábamos de forma conjunta a dos de sus vacas, con el asesoramiento en la distancia de Félix el veterinario.

Niños. Reconocimiento escolar


Todos los años realizaba el reconocimiento escolar. Revisión y aplicación de vacunas, que yo mismo les ponía. Lo realizaba por las tardes, fuera del horario de consulta. Ese día sus madres les ponían la ropa interior recién comprada. Los maestros se sentían incapaces de mantener más o menos en silencio a una chiquillería, que permanecía entre impaciente y temerosa su turno en la sala de espera.

Primero vacunaba a los que les correspondía por edad, para que permanecieran un tiempo prudencial en el centro por si hubiera reacciones vacunales

Pues bien, dentro de un reconocimiento básico: peso, talla, auscultación, desarrollo de los genitales, comprobaba la agudeza visual y la auditiva.

Recuerdo una anécdota curiosa: Ante la falta de medios para la exploración auditiva, idee una prueba que consistía en ponerme detrás del niño explorado. Tapaba el oído derecho y susurrando le preguntaba por el izquierdo ¿Cómo te llamas? A Dani (hijo menor de Antonio el pastelero), un niño perspicaz donde los hubiera, que era de los últimos de la lista, conociendo su listeza le cambié la pregunta: ¿Cuántos años tienes? Me respondió antes de terminar de hacérsela, y en dos ocasiones: Dani. Seguro que los nervios y la información de sus compañeros, reconocidos con anterioridad, le jugaron una mala pasada y en la actualidad oirá crecer la hierba.

En esos años, también tallaba a los quintos.

Para los nostálgicos, aquí podéis ver alguna imagen de cuando éramos más pequeños.... 


 Niños accidentados

Recuerdo a Margarita, hermana mayor del travieso Dani, quien el 15 de enero de 1985, como consecuencia de una caída al resbalarse con la nieve, le apliqué siete puntos de sutura en la frente. Las tuberías estaban congeladas ese día, lo que me complicó la tarea. Espero que no le dejara una cicatriz antiestética. En todo caso... ya ha transcurrido el plazo de reclamación.

Con seguir un protocolo muy básico de higiene, no recuerdo que ninguna de las heridas que curé se infectara. Supongo que el frío de la sierra ayudaría no solo en la cura de los jamones sino también las heridas.

Alguien tituló:” las bicicletas son para el verano”. Pues bien, para mi eran para aumentar el número de accidentados, como el niño José A. Fernández Gómez-Limón, quien afortunadamente no sufrió heridas importantes en el cuello, pero pudieron ser de gravedad al arrastrar con el cuello, mientras circulaba en bicicleta, dos cuerdas que indebidamente se habían colocado para señalizar el corte de la carretera. El hecho lo denuncié en la Jefatura Provincial de Tráfico. Os aseguro que tener que denunciar al propio Ayuntamiento, me trajo no pocos dolores de cabeza.

Sopla, sopla, sopla, sopla.

No recuerdo el nombre de un niño de Markina de unos 7 años. Se hizo una herida en una rodilla y a sus padres les expliqué que no merecía la pena ponerle anestesia por dos puntos. El crio con la camiseta del Athletic, observaba atentamente todos mis movimientos sin perderse un detalle. Desinfecté la herida y mientras me lavaba, distendidamente le reconocí que yo también era del Bilbao, le chapurreé dos cosas en vasco y le explicaba que Zubizarreta esas heridas se las hacía casi todos los días.

El niño asentía con la cabeza, me miraba fijamente, y no le saqué palabra alguna. Pero fue ver montar la aguja en el porta y salió como alma que huye del diablo del consultorio, corriendo a toda velocidad. De no haber tenido un padre deportista que lo atrapó, hubiera llegado al Pinar antes que los cánticos de tío Vitorio.

Tras una profusa sudada en la sujeción del niño, por parte de ambos padres y yo mismo, conseguí suturarle. Nunca más volví a montar una aguja en un porta a la vista de cualquier accidentado, independientemente de la edad que tenga.

¡Sopla sopla sopla sopla! mientras pasaba la aguja como medida analgésica me dio excelentes resultados. Todos sabían que sus ídolos tanto Butragueño como Zubi habían sido figuras por haber sabido soplar mientras les curaban sus heridas y ellos no iban a ser menos si querían llegar a ser famosos.

No penséis que todo lo hacía sin anestesia, pero suturar a un campeón como aquel tuvo su mérito. Cada vez que lo veía en la calle me señalaba la herida.

Bueno, cuando los más mayores se presentaban con hematomas en pómulos o frente siempre relataban que se habían producido al golpearse contra una puerta. ¡Hay que ver, lo bajas que se hacían después de una pelea!

El día 23/8/1984 cuando me encontraba echando la partida en el bar de Nicolás, un joven me toca el hombro por detrás y desencajado me dice: ¡Sr. Médico, acabo de ver a la nieta de Roga, que iba corriendo hacia el consultorio y con la mano ardiendo! Yo, que me imagininé una tea humana y salí escopetado. Tranquilicé como pude a la niña, la curé con tulgrasum, vendaje compresivo, nolotil y zumbando con el coche de un familiar para el hospital. Estuvo varios días ingresada. El aguarrás tuvo la culpa.

BODA DE GUSTAVO

Gustavo y Eva. Los novios

Gustavo, el guarda forestal, fue mi compañero de fiestas y festejos, hasta que Eva su novia decidió apretarle las tuercas. Pues bien, ese día 25 de julio de 1985, viví La urgencia infantil más grave.

Era un día caluroso, en la ermita de San Pedro de Alcántara (Arenas de San Pedro). Esperaba fuera del templo a la sombra, la finalización de la ceremonia. Estaba hecho un pincel con mis pantalones y camisa recién planchados. Deseoso de conocer a las seis amigas catalanas de Eva.

Pues bien, a punto de terminar el acto y cuando ya tenía el arroz en mis manos, oí desde el interior en voz alta:

¡Un médico por favor! Lo primero que pensé fue que algún familiar mayor, hubiera sufrido un desvanecimiento mezcla de la emoción y la alta temperatura reinante en el interior.

Cuando de forma apresurada iba a entrar en el templo, vi como una madre sacaba en brazos y con una profusa hemorragia a un niño de 6-7 años.

Presentaba una herida profunda en el hueco poplíteo derecho (corva de la rodilla)). Al parecer una escultura (el crio decía un santo) se le había caído encima. Le apliqué un torniquete y subimos al vehículo conducido por la madre, acompañado de Nemesio, enfermero a quien acababa de conocer. Lo intenté retirar a los pocos minutos, pero como la hemorragia no cedía, me tocó hacer el resto del viaje presionando con el puño. Su madre conducía a golpe de claxon y pañuelo al aire y dio muestras de ser una experimentada conductora. Nemesio y yo nos alternábamos en la presión hasta la llegada al hospital Virgen del Prado de Talavera. De la experiencia anterior obtuve dos conclusiones:

1. Hay que sujetar a los niños durante las celebraciones porque las pueden preparar pardas. No fue el último.

2. Aun reconociendo que la mujer, lo hizo con gran diligencia y valentía, sirva este ejemplo para recordar que, a ser posible, nunca un familiar directo debe conducir el vehículo en esas circunstancias.

 El niño pasó inmediatamente al quirófano y nosotros volvimos de nuevo al restaurante en Arenas de S. Pedro. Llegamos a los postres con nuestras ropas ensangrentadas, en medio de los aplausos de los presentes, cual si fuésemos toreros merecedores de una salida a hombros por la faena realizada.

Siguiendo con los niños de Hoyocasero, estaréis conmigo que eran niños saludables, robustos, y llenos de vitalidad. Algunos con los coloretes de Heidi en sus mejillas y sobre todo felices. Tenían a su disposición un entorno saludable, en contacto con una naturaleza plena para ellos y en la que demostraban sus habilidades y destrezas de adaptación al medio, ante los más refinados niños de ciudad.

En el verano de 1984, hubo varios casos de fiebre tifoidea. El brote comenzó con dos hermanas de Madrid y también hubo niños del pueblo afectados. Como Jefe Local de Sanidad, tuve que clausurar “La Fuente de Abajo” y clorar en persona, mediante garrafón, el depósito superior del pueblo. El goteo del cloro sobre el pantalón y zapatos hizo que se decoloraran, pero tras su cambio de color total, parecían nuevos.

Deportes infantiles

Acostumbraba a acompañarlos de forma voluntaria en el bus, como un incondicional más a competir en los juegos escolares. En alguna ocasión, como en Navarrevisca, la fuerte ventisca hizo, que después de tantas curvas, nos volviéramos sin competir. Las niñas a voleibol y los niños a futbol. Presumíamos de ser los mejores. Al menos en competitividad lo eran, y si no, que le pregunten a Mercedes que se jugó una pierna en un encontronazo con una niña de Navalosa.

Charlas en la escuela


Siempre al inicio del curso era preceptiva la charla sobre “visitantes” (piojos), Entre las que recuerde: práctica de resucitación cardiopulmonar básica, de alimentación y otra sobre enfermedades de transmisión sexual, en la que las cómplices miradas y sonrisas se mezclaba con un cierto rubor entre los mayores.

En mayo de 1987, Lourdes (la nueva maestra del ciclo superior), aprovechando el programa escuelas viajeras, acompañó a los mayores a una estancia de una semana en Los Yébenes. La experiencia les sirvió para romper la rutina diaria del pueblo y conocer otros niños.

Excelente profesora, generosa y gran persona. Aficionada a la pintura, hizo que me enganchara a las canciones de Sabina y Simply Red. Elaboraba unas excelentes tartas de chocolate y nunca fui capaz de ganar a su hija Rebeca en el juego de una nueva máquina que apareció por entonces, creo que se llamaba Gameboy.

Y también hay vídeo de los niños de la clase de D. Emilio, en aquel momento estaban llamados a ser las futuras estrellas del celuloide futbolístico...



  Continuará….

 

martes, 6 de octubre de 2020

Memorias de un médico Rural 2ª parte

 Dicen que los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, las cosas que eres, las cosas que no quieres perder...., ¡Gracias Antonio!, por ayudarnos a mantener vivos nuestros recuerdos y recordar momentos únicos de nuestras vidas. No sabemos si las imágenes que grabaste de nuestra localidad te proporcionaran la fama..., ¡nuestro voto lo tienes!.

Jornada laboral

Mi jornada laboral era de 24 horas al día, debiendo  estar localizado en todo momento. En la parte posterior de la puerta de mi casa tenía una colección de carteles que colocaba según se terciase: “estoy bañándome en la Puente”. “estoy en el consultorio de Navalosa”, “estoy en el Pinar”. “Vengo en 10 minutos”. Mi perrita venía a ser para los vecinos de entonces el equivalente a un GPS actual, pues les servía para localizarme a cualquier hora del día o de la noche. Cuando los vecinos la veían deducían el lugar exacto en el que me encontraba: la farmacia, el bar de Nicolás, la fonda, etc.  en el bar de Primo,  aprendió a abrir la puerta, y rápidamente se colocaba debajo de la mesa de billar y por tanto dejaba de estar visible desde fuera. Aunque me cansara de sacarla del bar, ella era  constante y repetía la acción hasta que acababa la partida y  también con mi paciencia.

Las guardias de fin de semana  las realizábamos desde nuestros domicilios,  de viernes a lunes, turnándome con los médicos de los pueblos cercanos. Eran guardias no remuneradas, sin ATS  y con la obligación de poner nuestro vehículo al servicio de la Administración.  Cuando las condiciones climatológicas eran adversas,  las autoridades sanitarias provinciales nos comunicaban telefónicamente el mismo viernes que quedaban suspendidas y estábamos obligados a permanecer cada uno en nuestro pueblo durante todo el fin de semana.

 A partir de Agosto de 1985 fueron centralizadas en S. Martin del Pimpollar.

De cualquier forma,  al seguir viviendo en el pueblo las urgencias  las seguía atendiendo desde mi domicilio, tanto de día como de noche.

 La consulta diaria comenzaba a las  11 de la mañana. Después hacía los avisos a domicilio.

Hay un dicho popular que en Hoyocasero se utilizaba mucho, "a quien madruga..., Dios le ayuda", en el siguiente enlace lo podemos comprobar... "La primera consulta"

TIO QUICO

   Al visitar muchas casas me convertí en un gran especialista en sistemas de calefacción. De todos, mi  preferido y más entretenido era la chimenea. Acostumbraba a tomarme un choricito frito o un buen plato de jamón a media mañana en casa de Tio Quico, mi vecino, quien aprovechaba para contarme sus vivencias mientras vivió en el molino de la Puente: Mientras asesoraba al que le ponía las truchas a Franco, daba de comer a los maquis por la noche.

Siempre lo encontraba  con su boina,  traje de pana negro y su reloj de cadena, sentado a la chimenea, mientras fumaba un pitillo y atizaba la chimenea. El día  23 de marzo de 1984, llamó a mi puerta porque llevaba toda la noche con un fuerte dolor en un ojo. Ese día suspendí la consulta, lo monté en mi coche y lo llevé hasta el hospital. No había querido molestarme durante la noche y la uveítis hizo que perdiera el ojo. Fue uno de los primeros casos que me demostraron la dureza de los hombres de la sierra.

Tío "Quico"

Quico siempre comparaba el  avance del fuego en la chimenea con las etapas de la vida. Un   inicio chispeante y vigoroso y, al final, cenizas…

Su hijo  Valentín, me prestaba sus herramientas, corregía mi postura y  entre carámbanos y nieve intentó hacerme un  buen leñador, pero se quedó en un mero intento. A los vecinos empadronados, el Ayuntamiento nos proporcionaba por sorteo, todos los años, un lote de leña de roble que era suficiente para pasar el año. Cuando los fines de semana volvía  a Salamanca, casi antes de entrar en casa, mi familia detectaba  mi presencia inmediatamente por el intenso olor a humo que desprendían mis ropas.

 Rutina diaria

De mañana acostumbraba  a tomar el desayuno contemplando la espectacular vista de la parte norte de la sierra de Gredos a través de  de mi balcón. Me fascinaban sobre todo los mantos blancos tras nevadas intensas y los tonos ocres del otoño.

En invierno, antes de desayunar ponía a tono el salón encendiendo la chimenea.  Mantenerla encendida durante el día era cómodo. Tener  la consulta en el mismo edificio, me permitía hacer recesos entre un paciente y otro  para atizarla, a la vez que  picoteaba algo. En alguna ocasión el frio era tan extremo que pasé consulta con el pijama debajo de la ropa, dejándome además una barba protectora.  Polillo,  el fontanero me aconsejó que cuando predijeran  heladas como las producidas en enero de 1985,  dejara correr un chorrito fino en el lavabo durante todo el fin de semana. Ante mi sorpresa al regresar el lunes se había formado un chupitel y las tuberías se habían congelado.

Tuberías heladas

Terminada la consulta y los avisos, la siguiente tarea era preparar la comida. No era uno de mis puntos fuertes aunque me defendía en la cocina, sobre todo me esmeraba cuando tenía invitados.

Como digo,  no   fui  un fanático de la cocina y por semanas enteras durante el invierno iba a comer a la Fonda de Felisa y Pedro. ¡Que ricas estaban las patatas meneás, con su torreznito!. Sus hijas  Ana, Tere y Pili ayudaban en el comedor. No solo ellas sino que la gran mayoría de los niños/as  del pueblo, ayudaban  a sus padres en las labores y tareas domésticas. Seguro que desde entonces valoran el esfuerzo que debieron hacer tanto ellos como sus padres para labrarse un futuro mejor.

Allí se hospedaban  el Sr. Joaquín, jubilado (antiguo boxeador y perteneciente a la Falange) . Carlos (Caja Rural)  Gustavo (guarda forestal), y Emilio (maestro con la oposición recién aprobada). Solamente Nicolás (guardia civil soltero) y yo,  íbamos a comer.  A los postres, El Sr, Joaquín como buen patriota ponía a escurrir la política de Felipe González.

La Sra. Ana, madre de Felisa, trabajaba en la cocina, no aparentaba su edad y siempre la recordaré al igual que a su hija, sonriente y de buen humor. En las  tardes primaverales, era fácil verla sentada en el poyo de la puerta de la Fonda haciendo ganchillo (cadeneta).  Movía los dedos y las agujas  a velocidad de vértigo. Aprendí la teoría:   5 o  6 puntos y echar el punto bajo o enano. Me quedé solo con la teoría y eso que lo intenté…

 Por las tardes,  partida de tute en el bar de Nicolás o en el de Primo con D. Marti, Salva (maestro, antenista y mecánico), Emilio  y Gustavo. En ocasiones se sumaba Fernando (secretario del Ayuntamiento) , o  Carlos (Caja Rural)  . En primavera las partidas de calva en el campo de futbol. Nemesio era el gran campeón y todos queríamos pertenecer a su equipo.

Alguna tarde, si la temperatura era benigna, acompañado de  D. Marti  paseábamos por el famoso Pinar, con especies vegetales únicas en el mundo y que un ingeniero agrónomo nos enseñó en cierta ocasión. Perdonadme que no recuerde el nombre de las mismas, pero para eso está Google.

Otros recorridos eran, la propia carretera, con sorpresa de víbora en la cuneta añadida, o bien el camino a la Puente, hasta llegados al nuevo cementerio.

Noches de invierno

Al atardecer, las casas humeantes y la bajada de temperaturas invitaban a retirarnos a nuestros hogares a cenar los níscalos y setas  del pinar, patatitas y chorizo asado en la chimenea. Estas cenas fueron las culpables de que mis camisas encogieran y no el detergente, al que yo hacía responsable.

María Pedreira y su calceta
Telefoneaba por la noche dos veces por semana a mi familia. Mi teléfono era el 37 y en algunas ocasiones, cuando María Jesús la telefonista, me recordaba después de una hora  mi conferencia  había olvidado que les debía contar. En alguna ocasión, me pareció  detectar un click sospechoso de que mi conversación podría ser oída por un extraño/a, pero siempre fue una sospecha infundada.

Para dormir, además de mi camiseta de felpa y calzoncillos pulgueros, me colocaba los calcetines que la Sra. María Pedreira me regaló y que aun tantos años después tengo guardados en su honor.

Por mucho que con anterioridad a irme a dormir pusiera mi estufa eléctrica, siempre encontraba las  sábanas  húmedas. Otra idea  fue la bolsa de  agua caliente a mis pies, pero un día  sufrí una “rotura de aguas” entre mis piernas que me produjo un buen escaldamiento, aun así no perdí la costumbre.  

Vida social en invierno

 Habían transcurrido siete meses desde que llegué, cuando por primea vez acudí al bar de Nicolás, acompañado de Gustavo y D. Marti, ante las sorprendidas miradas de los allí presentes. Obdulio nos invitó a tomar algo.

 Hasta la fecha me había relacionado únicamente con mis vecinos, los funcionarios del pueblo y con mis compañeros médicos.  Con los años  y a medida que cogí confianza y nuevas amistades me fui soltando.

 Levantarme a  las 10 horas,  me permitía hacer una vida social con los jóvenes del pueblo. Asistía por las noches a los ensayos ensordecedores del nuevo  grupo Ticket en el local de la cooperativa. Fidel, Alfonso,  Carlos y Jose Miguel emulaban a los grupos de la época: Mecano Hombres G, Golpes Bajos, etc. La batería siempre fue mi anhelo y aun no es tarde.

Recuerdo los campeonatos  de ping-pong en el bar de Pepe, todos los jueves.  El que mejor recuerdo es en el que llegué a una disputadísima   final frente a Pepe (propietario del bar) .   El campeonato  de futbolín en la discoteca de Santiago atraía a todos los jóvenes. Mi par era  Gustavo,  y nos defendíamos como podíamos. Aunque reconozco que éramos una perita en dulce para los rivales.   Las chicas del pueblo aprovechaban estos eventos para tirar la caña a los mozos solteros. Seguro que de alguno de esos torneos surgió algún matrimonio.

Y aquí podéis ver esas partidas de ping-pong en el Bar de "Tío Roga" Campeonatos de Ping-pong

Continuará…..

 

Pinar de Hoyocasero
Casas humeantes
                                          

"Seni" junto a la chimenea